Jorge Casilla Lozano
22 Jul
Un descansado y relajado comentario

Mi año de descanso y relajación de Ottessa Moshfegh se publicó en el 2018 y recibió excelentes comentarios por parte del periodismo cultural en su país. Al año siguiente ya se podía conseguir el libro traducido al español y fue circulando en Latinoamérica de a poco, por el boca a boca. En el Perú, por ejemplo, se comenzó a recomendar con mayor fuerza en el 2023. Recuerdo que un amigo escritor, ganador de diversos premios nacionales, publicó en sus redes sociales un breve comentario elogioso. Luego, otros críticos se aunaron a los aplausos. Incluso encontré la versión pirata y su réplica en el jirón Quilca, claro síntoma de su popularidad o de su demanda. Por lo mencionado, decidí comprármelo y leerlo. No obstante, aplacé su lectura para no ser influenciado por el comentario general o por el marketing impulsado por su casa editorial. Me explico: muchas veces los lectores no exponen un juicio de valor personal para no desencajar con los demás, para no contradecir un discurso homogéneo. Recién en este año, en mi mes de descanso y relajación, me he dado el tiempo de leerla. Al terminar decidí escribir una impresión lectora, un conjunto de ideas sueltas que no tiene la intención de contradecir a nadie, aunque tal vez suceda.

El narrador de esta novela —según la terminología de Genette— es autodiegético y recae en una mujer joven, de padres muertos, que viene de una relación amorosa «problemática», por decir poco, desempleada o despedida, aunque de economía solvente, que desea concretar un proyecto planeado desde hace un tiempo: dormir por un año. Esto es un paso para otro estado, para un renacer. Por un momento el acto de soñar o dormir nos hace recordar al oso, para quien invernar es una necesidad, un requisito de sobrevivencia. También se visualiza a las transformaciones que sufren ciertos insectos, que al envolverse en sus capullos —sábanas o edredones para el personaje—, se ausentan de la escena solo para resurgir como algo mejor. Pero esta apreciación de transformación como superación me parece engañosa. ¿Realmente dormir tanto tiempo para un ser humano es interpretable como renacer? Tal vez en un cuento fantástico o maravilloso —según conceptos de Todorov—; pero al no ser el caso, ya que la novela es totalmente mimética, el rumbo de la lectura debe ir por otro punto. Esto lo abordaré más adelante.

El proyecto de la protagonista, a primera instancia, resuena como absurdo, no posible o ridículo. Absurdo por motivos de lógica, por simples leyes biológicas, pero a la vez porque para realizar su cometido tendría que apoyarse de seres que colaboren de alguna forma en la ejecución. Y aunque parezca ilógico, este tipo de ser aparece. La doctora Tuttle es uno de los personajes más absurdos e irrisorios del libro. Más que una especialista en la salud mental, parece una máquina de recetar pastillas. Incluso se olvida de quién es la paciente y solo la llama por teléfono para que pague las citas coordinadas con anticipación. Viéndolo así, con este personaje se denuncia —de forma algo obvia— al sistema médico que no está tan alejado de la realidad de cualquier país latinoamericano: recetar medicamentos sin control, no tratar al paciente como un ser humano con problemas psicológicos, sino como un monedero o cuenta bancaria andante. Gracias a esta caricatura de profesional, la protagonista podrá comenzar con su proyecto.

El otro personaje es Reva, la mejor amiga. Esta relación amical está marcada por muchas aristas, pero no quiero incidir en ello, sino en cómo Reva no ayuda en el proyecto, sino que más bien lo retarda, de tal forma que se vuelve un tipo de ancla desagradable en la realidad. Este personaje, que debería simbolizar la amistad y el deseo de vivir, equivale lo contrario: la envidia, el orgullo, lo inmoral, lo superficial, el consumismo. Por ello, Reva, pese a ser el personaje más cercano a la protagonista, quien dice quererla, es a la vez quien menos la entiende y que solo busca obtener algún tipo de beneficio. Precisamente cuando Reva logra apropiarse de todas las ropas de su amiga es cuando se va para no regresar nunca más. Recién allí el proyecto tan anhelado continúa su trayecto.

Es cierto que la novela a simple vista puede parecer absurda, con una trama muy débil y hasta banal. Sin embargo, aquí se puede apreciar la buena decisión de la escritora al elegir a una narradora autodiegética, de quien no sabemos si está en sus cabales o si es dirigida por una epifanía. Por momentos parece estar envuelta en ideas demenciales y luego, al consumir las pastillas y drogas legales, su voz se nos vuelve aun menos confiable. La verosimilitud en una historia como esta solo es posible con un narrador que camina entre los limites de lo real y el sueño.

Por otro lado, la trama y la narradora provocan una expectativa ambigua, ya que pensamos que todo podría desembocar en un hecho imposible —que no llega a suceder en ninguna parte del libro— o como mínimo en algún hecho sorprendente; y no ocurren ninguna de las dos situaciones. Esta sensación de inestabilidad, de constante angustia y de contradictoria monotonía nos hace recordar de alguna forma a las novelas kafkianas como América o El proceso en donde cada nuevo hecho parece más ilógico que el anterior, aunque no imposible. Esto se ve reforzado con el final de la novela: el ataque a las Torres Gemelas. Desenlace que la protagonista desea grabar para después observar en la comodidad de su casa.

Un segundo punto que me gustaría comentar es la presencia de referentes culturales. La novela no busca solo ser una crítica al sistema de salud, sino también mostrar cómo era vivir en una etapa de la historia norteamericana. Los referentes ubican la trama en un proceso de cambio o transición representado por el desuso de los reproductores de VHS hacia el uso de los DVDs. Por otro lado, se hace mención a marcas de ropa, nombres de películas y de actores. Las marcas de ropa y su uso son parte de la vida superficial de los personajes (protagonista y Reva), y los actores como parte de la ficción que a la protagonista le gusta observar. Es así como Whoopi Goldberg y Harrison Ford no solo son actores que participan de largometrajes, sino que también son modelos de vida para la narradora. Son personas de vida exitosa que fingen papeles en otras vidas: seres con una vida real y una vida ficticia. Aunque esta valoración también es criticable por la durmiente, ya que por momentos también se burla de sus ídolos. En cuanto a los medios de comunicación, la televisión y las películas lo son todo. Ellas dicen la verdad, muestran la realidad; tal es su importancia que en la novela el aparato televisivo es casi un personaje más. Esto se comprueba cuando se malogra el VHS, otra ancla con la realidad, y la protagonista busca de forma desesperada arreglarla, ya que, a diferencia de la presencia de Reva, las películas sí le dan ganas de mantenerse despierta.

En tercer lugar, me gustaría discrepar con las opiniones sobre el sueño de la protagonista como un intento de lucha ante la depresión. He leído algunos posts de escritores de la luz, de escritores que dicen irradiar buenas vibras, que elogian la novela de Ottessa desde el lado de la moral, incluso elogiando la victoria del eros sobre el tánatos; pero esta suposición no me parece del todo cierta. Debido a que estamos ante un personaje con problemas psicológicos, con adicción a las pastillas y sin ningún tipo de criterio en cuanto a su seguridad, no podemos hablar de una novela en donde se elogie la vida. Al contrario, creo que estamos ante una protagonista depresiva que se encamina por lugares que no conoce y que de pura suerte —y tal vez por privilegio— logra salir ilesa. Para mí fue toda una sorpresa que sobreviviera al final del libro y en especial con los antecedentes de los progenitores. El padre murió de cáncer y tomaba pastillas para calmar el dolor; y la madre, al combinar pastillas con licor. La protagonista no solo se automedica en cantidades excesivas, sino que las combina sin respetar prescripciones psiquiátricas.

El sueño en esta novela parece ser un escape de la realidad, de las leyes del mercado y del dinero, y el despertar sería una posibilidad de renacer, de sobrevivir. Nos obstante, los depresivos saben que el sueño no es algo que se busque como un proyecto, el sueño es la necesidad, la urgencia de desconectarse; y mientras se concilia el sueño, mientras se piensa en cómo borrarse, desean por un momento dejar de sentir, de sufrir. El mismo despertar es doloroso porque se siente la culpa de haber intentado desaparecer e incluso se siente culpa por estar vivo. El narrador ambiguo o no confiable deja carta libre para todo tipo de interpretaciones, ya que no podemos acceder a lo que verdaderamente ocurre, sino solo a lo que la narradora nos muestra.

Por último, aunque dejo varias ideas en el tintero y en la memoria, me gustaría elogiar la ruptura de la realidad en la novela, las bifurcaciones verdaderas. No me refiero a mundos paralelos, sino a mundos continuos: al de la conciencia y de la inconciencia. La protagonista solo nos narra sus acciones conscientes, pero hay una serie de hechos que no debido a que los ha olvidado. Solo podemos acceder a esa realidad por ciertas pistas o indicios. Esto ocurre con mayor frecuencia desde que la protagonista cambia sus pastillas habituales por otras de efectos secundarios. El olvido se produce entre sueños, de tal forma que el lector sufre de la misma angustia que el personaje al no saber lo que le ha sucedido. Por momentos nos enteramos de salidas a clubs nocturnos, relaciones no consentidas y hasta actividades sociales. De forma curiosa, su vida inconsciente la hace salir de su departamento, como si ese fuera el mundo que todos esperaran de ella; mientras que durante su consciencia se mantiene encerrada por voluntad propia.

Leer una novela como Mi año de descanso y relajación y escribir un comentario luego de su lectura ha significado para mí una resistencia, así como una necesidad de dejar algo escrito y de sentirme productivo. Tal vez esta urgencia mía por rescribir está impulsada por las leyes del mercado, del sistema que me dice cuándo escribir y reflexionar. Tal vez sea lo mejor dejar de tipear, de intentar crear o de dar forma a una conclusión y echarme a dormir para olvidar. Aunque, por otro lado, podría leer también otro libro de Ottessa Moshfegh y escribir una nueva reseña o sentarme en el sillón a ver una película con mi mejor amiga, tomarnos un vino blanco y comer papitas nativas.

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