Hace semanas, en el marco de la FILBA 2025, participé en una mesa en la que se conversó sobre la novela distópica latinoamericana. Una conclusión fue que este género no se encuentra estancado ni agotado, sino que, al contrario, pasa por un buen momento reflejado por la cantidad de publicaciones de autores argentinos, uruguayos, mexicanos o peruanos; así como por la eliminación del prejuicio de un sector de la crítica que la consideraba literatura «poco seria». Un día después, y como para reforzar lo conversado en la mesa de la que fui parte, en el auditorio Zona futuro, se presentó Hija de nadie (Colmena editores, 2025) novela ganadora del premio Casa de las Américas 2022 y que ya cuenta con reediciones en España, México y, de forma paradójica, recién en Argentina. Su autor, Javier Núñez, no es desconocido en el Perú. Fue uno de los invitados internacionales en la FIL Lima 2023 en donde presentó su novela La doble ausencia, también reeditada por Colmena.
Para comprender la situación de la novela distópica latinoamericana se tiene que partir de su concepto. A grandes rasgos, y parafraseando a diversos estudiosos, la distopía es lo opuesto a la utopía. Es decir, mientras que la utopía muestra una sociedad futura o pasada en la que la humanidad alcanzó un ideal; la distopía se relaciona con un futuro en el que la humanidad degeneró o fracasó en sus ideales. No en vano muchos sostienen de forma pesimista, y no exagerada, que ya estamos viviendo la distopía de generaciones anteriores a la nuestra. La distopía se relaciona también con lo postapocalíptico, con un mundo de sobrevivientes posterior a un cataclismo. Un libro imprescindible para entender la diferencia entre ucronía, distopía y utopía es Nación fantasma (UNMSM, 2023) del crítico e investigador Elton Honores.
¿Cómo nos imaginamos los latinoamericanos el fin del mundo? Sin duda nuestra imaginación está marcada por la influencia de la cultura de masas (cine, televisión, plataformas de streaming, mangas y novelas gráficas). Ejemplos de estas narrativas son las que señalan como hecho detonador del fin del mundo a la invasión alienígena, la rebelión de las máquinas, el cambio climático, enfermedades causadas por hongos, gobiernos fascistas, etc. Pero también nuestro imaginario está marcado de forma innegable por problemas políticos, económicos, sociales y culturales; coyunturas similares que se adaptan según la singularidad de cada región. Argentina sería uno de los países en donde la distopía se encuentra en constante revaloración, desarrollo y renovación. Prueba de lo primero es la emisión de la serie El Eternauta en la plataforma Netflix, serie inspirada en la historieta homónima de Héctor Germán Oesterheld, así como por la incursión y producción actual de autores como Mallory Craig-Kuhn y Michel Nieva.
En Hija de nadie de Javier Núñez, los que terminaron con nuestra civilización fueron los terremotos. No se explica a qué se debieron estos sismos. Solo ocurrieron y destruyeron todo a su paso. Sin lugar a dudas, esta asociación del fin del mundo a movimientos telúricos presenta una dosis extremadamente irónica debido al estrecho vínculo entre el poblador autóctono latinoamericano y la madre tierra. Incluso se podría interpretar como la llegada del Pachacuti andino, del «voltear» la tierra. No suficiente con estos desastres, la humanidad sobreviviente no encontró mejor solución que la guerra civil. Esto origina un reordenamiento de las clases sociales e incluso un retroceso hacia formas de vida ya conocidas.
El autor de manera ingeniosa hiperboliza este retroceso social, de tal forma que reaparecen estilos de vivir que ya habían quedado superadas. Es así como la novela se ambienta en una realidad similar a la del lejano oeste norteamericano, pero combinado con el mundo gauchesco del Martín Fierro, realidad en la que conviven los caballos con las motocicletas, las herraduras con el diesel, las caravanas con los jeeps. Asimismo, este dieselpunk que nos presenta Javier Núñez, parece también influenciado por algunas sagas cinematográficas como las de Mad Max.
En este mundo distópico, ciertos grupos de poder aún conservan un poco de la ciencia de antaño —similar a las Luciérnagas del vídeojuego The last of us—, y los menos privilegiados se han convertido en merodeadores, trotamundos, forasteros y sacerdotisas. Entre todos ellos destacan dos personajes. El primero es el mercenario Solo Camacho, tuerto, mezcla de llanero y gaucho —tal vez lo mismo—, que por momentos nos hace recordar a personajes icónicos del cine como los que solía representar Clint Eastwood. Su nombre no solo se refiere a la ausencia del nombre de pila, sino también a su soledad.
El rol protagónico lo comparte con Yara, sacerdotisa amputada de la lengua, fugitiva de diversas ciudades, migrante, quien tiene dos metas claras en la novela. La primera es la búsqueda de la tierra prometida, de un edén simbólico en donde pueda vivir con la libertad que se le ha negado. Y la segunda es el control de su cuerpo, ya que la sociedad que nos muestra Núñez no solo ha retrocedido a nivel social o económico, sino que también en cuanto a los derechos de las mujeres.
La influencia del western en la producción de Nuñez se aprecia tanto en la descripción de Solo Camacho, como en los mismos arcos narrativos. Sin intentar narrar o adelantar los hechos del libro, podemos decir en términos generales que se utiliza el tópico del héroe que decide exceder los límites de su trabajo. Lo heroico en Solo Camacho se aprecia cuando decide hacer lo justo, pese a que nadie se lo pidió. Homenajes a las películas del lejano Oeste se encuentran en los nombres con que el autor nombró a los capítulos. Por ejemplo, uno se llama Los imperdonables, otro El bueno, el malo y el feo. Para cerrar la novela, no puede faltar el duelo final entre los mercenarios más fuertes. Aquí la ley del cuchillo se impone como en las novelas gauchescas.
En cuanto a la influencia de sagas distópicas cinematográficas, la de Mad Max es notoria en la construcción de los antagonistas. Por un lado, en la película de George Miller contamos con Immortan Joe, líder de la Ciudadela, quien desea tener un hijo perfecto, un heredero a su trono. Para ello se rodea de las mujeres más hermosas de sus dominios, utilizándolas como objetos que solo sirven para parir. Y en la novela de Núñez tenemos a Wolff, líder de ciudad Fluctuante, quien conserva su juventud pese al transcurrir del tiempo. Para esto juega un papel trascendental una trinidad compuesta por mujeres que guardan un extraño secreto. Un dato adicional es que lo fantástico religioso, el milagro, aparece en esta novela, no como algo forzado sino como natural en una sociedad en retroceso.
Por último, se aborda el tema de la migración, simbolizada en el río que separa la vida de la muerte, la libertad del esclavismo, el paraíso del infierno. El tema de la búsqueda de la tierra prometida se encuentra presente a lo largo de la novela, así como el viaje por las pampas desde Bayres hacia la Patagonia. Distopía Latinoamérica, con personajes autóctonos identificables y con preocupaciones actuales como el ejercicio de la libertad, Hija de nadie de Javier Núñez se nutre de géneros literarios variados como la novela gauchesca decimonónica, los westerns de Hollywood, las sagas futuristas y utiliza eficazmente la reescritura para crear una novela original y a la vez continuadora de una tradición; metáfora de nuestra sociedad, de un futuro muy cercano, nada improbable y posible.