Hace unos días conversaba con un periodista de las finalidades de una feria internacional del libro. Las más obvias son promover el hábito lector entre la población asistente, exponer y vender novedades literarias o no literarias, presentar autores mediáticos o de culto, capacitar a los escritores, ilustradores y traductores… Pero existe un beneficio, una consecuencia que no es tan valorada pese a su gran importancia: la difusión de las nuevas voces hispanoamericanas.
Las editoriales independientes son las que apuestan por los nuevos escritores. Se hace por un beneficio económico, por la confianza en la palabra misma, así como por el prestigio de publicar a un autor antes de que se «consagre». Esto hace posible que los libros rompan las fronteras y que no circulen únicamente en su país de origen. Por ejemplo, a la editorial Maquinaciones le debemos la publicación del trabajo de la autora argentina María de los Ángeles Fornero; a Colmena editores, la narrativa distópica de Michel Nieva y Javier Núñez, a Animal de invierno, la prosa lirica de Mariana Closs. Y, por último, a Pesopluma, la novelística de Amaury Colmenares.
La presencia de Colmenares en Lima se debe a que su libro Acequia fue el ganador del Premio Hispanoamericano de Novela Las Yubartas. El certamen otorgaba un pago como adelanto de las regalías y la publicación en diez países. En el Perú, la encargada fue Pesopluma, editorial independiente de renombre que ya había apostado por jóvenes escritores como Romina Paredes y Giacomo Roncagliolo, así como por rescatar o reeditar a autores peruanos de culto como Pilar Dugui, Luis Hernández o Miguel Gutiérrez.
Pasando al libro, la palabra «acequia» nos hace pensar en un pequeño canal de regadío, tan cercano para toda persona vinculada al agro. Por allí se desliza el agua de forma delicada, aunque constante, hacia los campos de sembrío; y en el trayecto se va uniendo a otros afluentes de forma armoniosa, creando un todo uniforme. Desde el título, el autor nos sugiere la estructura de su libro: una novela en donde las historias, cual riachuelos, se van uniendo de forma precisa e inesperada.
Algún cándido lector podría espantarse ante el aparente rompecabezas de palabras. Otros, por el contrario, podrán asimilar rápidamente el estilo narrativo polifónico en donde varias líneas narrativas se desarrollan al mismo tiempo, aparentemente sin relación entre sí. De esta manera accedemos a la historia de una firma de abogados, de una editora sin escrúpulos, de un guía turístico mitómano, de una fragmentada escultura milagrosa, de un niño que se perdió y que reapareció sin color, de un comediante que no desea contar chistes, etc. Todo esto con Cuernavaca como escenario, una ciudad que deja de ser un lugar para convertirse en personaje.
Es una narración fragmentada, de historias variadas que por momentos oscilan entre el realismo mágico y lo fantástico, y que provoca en el lector una sensación de incertidumbre y ansiedad debido al desconocimiento del desenlace. Menciono lo último porque es esperable que en este tipo de novelas las diferentes tramas terminen por unirse. Lo sorprendente de la propuesta de Amaury radica en el «cómo» más que en el «por qué». Sus personajes —a pesar de que fluyen sin necesidad de otro— terminan coincidiendo de la forma menos pensada y, a la vez, de la manera más natural. En consecuencia, la vida se nos muestra como un conjunto de sucesos en el que ocurre lo no planeado y en donde fracasa lo planificado.
Por otro lado, y retomando una idea sugerida en párrafos anteriores, Colmenares evita la creación de pueblos como Macondo, Killac o Comala; por el contrario, ha tomado una ciudad verdadera de México y con su palabra la ha dotado de magia. De esta manera, Cuernavaca deja de ser una ciudad real y de la eterna primavera para también volverse una bella ficción, un personaje de calles irregulares y de historias confusas, cuyos personajes intentan aferrarse a la oportunidad que se les ha dado en la vida para destacar o sobrevivir.
Difícil ejercicio encontrar el eje de la novela. La propuesta estética se aleja del clásico plano arquitectónico y se acerca más a un sistema circulatorio en donde Cuernavaca ocupa el lugar principal: el del corazón; y las historias paralelas son las venas, las arterias y los capilares que se van nutriendo y mezclando entre sí. Todas son parte de un todo, de un equilibrio. Aunque debo admitir que, de todas, la que más disfruté, tal vez por su lado literario, es la de la editorial El Helecho, editorial «embaucadora» que publicaba supuestas novedades o rescates literarios. Ingeniosa broma del autor quien parodia —eso quiero creer— los supuestos rescates de editoriales mercenarias.
Todas las historias se resuelven al final, incluso el conjunto de aforismos y reflexiones sobre el humor y el amor. Un dato adicional —y que muchos lectores de Borges y Cervantes agradecerán— es la explicación de por qué la novela se llama «acequia». Esta palabra guarda un secreto que solo descubrirán si leen el quinto capítulo.
Lugar aparte y necesario merece el tema del lenguaje. Los personajes presentan sus registros propios. De tal manera que accedemos al idiolecto de los abogados, de los editores, de los restauradores, de los guías de turismo, de los cineastas y de los humoristas. El lenguaje no abandona el dialecto mexicano ni pretende homogeneizarse con un español estándar. Su fortaleza está en esa diversidad y riqueza lingüística.
El humor no se queda atrás. Un humor fino impregna sus páginas como en el capítulo de las tres pequeñas ciudades idénticas habitadas por gemelos que asustaban a los turistas. Aunque también encontramos el humor de la confusión o farsa como cuando se confunde a Roberto Gómez Bolaños, Chespirito, con Roberto Bolaño, el autor de Los detectives salvajes. Asimismo, la última historia por resolver se relaciona con la teoría del humor, teoría que recorre todo el libro, lo llena de aforismos, y que prepara o instruye al lector para lo que va suceder.
Decir que la novela de Amaury Colmenares me ha gustado sería mezquino de mi parte. Es una justa ganadora del Premio Las Yubartas por ser un canto de amor Cuernavaca, por su soberbio despliegue de técnicas —evidente y plausible la influencia de Rulfo y Borges, este último poseía un delicado sentido del humor—, por el manejo de los diferentes registros del lenguaje, por la combinaciones de diferentes tipos de textos… Desde Segunda Lectura le deseamos lo mejor a Amaury Colmenares y esperamos con ansias una nueva entrega, así como la reedición peruana de su anterior novela.