
Gracias a la publicación de una nueva traducción de Bartleby, el escribano de Herman Melville, a cargo de Renato Sandoval (Alastor Editores, 2025), releí este clásico que, cuando tenía dieciocho, me gustó mucho, tanto así que cambié mi nombre a Romina Bartleby Paredes en mi correo de Hotmail. Así que hoy, en 2025, me acerqué al texto desde dos perspectivas. Primero, desde la de la traductora profesional y, otra, la de la lectora adulta que se reencuentra con el texto tras haber atravesado diversos mundos laborales contemporáneos. Ambas miradas convergen para constatar que Bartleby es un clásico atemporal.
Con respecto al texto y a la traducción, lo que más resalta es la frase que atraviesa la historia de principio a fin: «I would prefer not to». Quienes hayan leído Bartleby en español probablemente recuerden la traducción de Borges: «Preferiría no hacerlo». Esta formulación se ha vuelto casi canónica en castellano. Sin embargo, el original en inglés no contiene ningún complemento explícito. Melville no escribe to do it ni to do that. Solo coloca: «I would prefer not to». Esta elipsis es una decisión deliberada. Desde el punto de vista gramatical, el verbo to prefer suele exigir un complemento claro, un objeto que cierre la estructura sintáctica. Al omitirlo, Melville introduce una oración que se niega a completarse y que genera incomodidad. En el contexto de una prosa realista decimonónica, ordenada y funcional, esta formulación resulta extraña y disruptiva. No es incorrecta, pero sí desestabiliza al lector porque rompe la expectativa y deja la negación latente.
En ese sentido, me parece muy acertada la decisión traductológica de optar por «Preferiría que no». Esta versión no añade un verbo inexistente, ni aclara eso que Bartleby se niega a hacer. A diferencia de la traducción tradicional, que «ayuda» al lector cerrando el sentido, esta elección conserva la economía radical de Melville y devuelve a la frase su carácter enigmático. ¿Qué es exactamente lo que Bartleby no prefiere? ¿Copiar documentos, hablar, obedecer, participar o vivir cumpliendo las expectativas sociales? Esta ambigüedad es el centro de la resistencia del personaje.
Más allá de la traducción, ¿por qué es importante leer Bartleby hoy, en 2025? Cuando lo leí en el pregrado, el personaje me pareció excéntrico. Un empleado taciturno, introvertido, poco colaborativo, incapaz de integrarse al mundo laboral. Bajo esta mirada, Bartleby es «el raro de la oficina», una anomalía dentro del sistema. Sin embargo, una relectura posterior, después de haber pasado por varios trabajos y jefes de todo tipo, me permitió identificar con mayor claridad la dimensión política del relato.
Bartleby trabaja en un estudio jurídico de Wall Street. Al principio es el empleado ideal. Es eficiente, silencioso, diligente y siempre está disponible. Representa aquello que hoy se celebra bajo esas horrendas frases marketeras de «ponerse la camiseta», «dar el 110%» o «ser parte de la familia corporativa». El narrador, su jefe —un hombre acomodado, educado, con capital económico y simbólico— incluso confiesa su deseo de tenerlo cerca para «to avail myself of him», es decir, para aprovecharlo (a Bartleby) al máximo. La ruptura ocurre cuando, ante un encargo rutinario, Bartleby responde: «Preferiría que no». La frase se repite, primero ante tareas específicas y luego frente a casi cualquier solicitud. No hay gritos, no hay insultos ni hay gestos de violencia. La negativa es serena, firme y desconcertante. Ahí radica su potencia. La pasividad radical de Bartleby desarma las herramientas habituales del poder. No hay conflicto abierto que gestionar, ni hay insubordinación explícita que sancionar.
El narrador nunca ejerce una violencia directa contra su empleado. No lo expulsa de inmediato ni lo humilla en público. En cambio, se muestra confundido, irritado, incluso herido en su orgullo. Empieza a percibir a Bartleby como un ingrato, alguien que no responde como «debería» a las oportunidades que se le han dado. Aquí se observa la tensión de clase puesto que, desde una posición de privilegio, el jefe interpreta la negativa como una falta moral, es decir, como un desagradecimiento personal. Esta lógica me resulta muy familiar. En muchos sistemas laborales contemporáneos se espera que el trabajador agradezca tener empleo, incluso cuando este absorbe su tiempo, su energía y su salud mental. Se naturaliza la idea de que la organización concede un favor, cuando en realidad se sostiene gracias a nuestro trabajo. Hacia el final del relato se revela información clave sobre el empleo anterior de Bartleby, en una oficina vinculada a una maquinaria burocrática deshumanizante. Ese dato ilumina su negativa absoluta a seguir los mandatos.
En 2025, Bartleby dialoga con las jornadas extensas, los correos de trabajo enviados de madrugada, la retórica de la oficina como «segunda casa» y el desgaste emocional progresivo que todo esto implica. Si pasamos más horas trabajando que viviendo, cabe preguntarse qué tipo de subjetividad exige ese sistema y a qué costo. Bartleby, entonces, deja de ser un simple excéntrico. Se convierte en una figura de resistencia silenciosa frente a un poder que no necesita ser brutal para ser opresivo. Bartleby no lidera una revolución ni redacta un manifiesto. No convoca a la acción colectiva. Su gesto es mínimo y, justamente por eso, radical. Él responde: «Preferiría que no».
Desde esta doble condición de traductora y lectora, la existencia de una nueva traducción que respete esa rareza es motivo de celebración. Reencontrarme con Bartleby en 2025 es también reencontrarme con la legitimidad de decir no, de apartarme de ciertos circuitos y de cuestionar la obediencia automática. En tiempos marcados por el burnout y la precarización emocional del trabajo, pocas personas son tan elocuentes como un escribano que se resiste, con cortesía y firmeza, a obedecer del todo.
Nota: Texto adaptado del discurso realizado el viernes 5 de diciembre en la feria Ricardo Palma 2025